Mucha gente nos pregunta por el origen del nombre del despacho y si encierra algún significado especial. Lo cierto es que sí.
Cuando, en plena pandemia mundial y en un contexto de creciente incertidumbre económica, tomé la decisión de emprender mi propio proyecto profesional y asumir el riesgo de independizarme —dejando atrás la seguridad de las grandes firmas internacionales— uno de los primeros retos fue precisamente encontrar un nombre que reflejara aquello que, en mi opinión, debía inspirar el ejercicio de la abogacía.
Lo que al principio pensé que sería una tarea sencilla, pronto se convirtió en todo lo contrario. Durante semanas no fui capaz de dar con una palabra que condensara esa idea que tenía en mente: una forma de entender la profesión basada en la dedicación, el compromiso y el rigor.
Hasta que, por fin, apareció el término inglés “ZEAL”.
La palabra, por sí misma, ya me pareció una magnífica candidata: su significado más inmediato podría traducirse como “gran entusiasmo, afán o celo en aquello que haces”. Pero fue al encontrarla utilizada en la versión inglesa de un conocido proverbio atribuido a Confucio cuando tuve la plena certeza de que era el nombre adecuado para este nuevo e ilusionante proyecto.
Desde entonces, ZEAL no es solo la denominación del despacho: es también una declaración de intenciones sobre cómo entendemos y ejercemos la abogacía.
El proverbio en cuestión —que hoy constituye el lema del despacho y el principio inspirador de nuestro trabajo diario— decía lo siguiente:
“When you are laboring for others let it be with the same zeal as if it were for yourself”.
Este consejo (“cuando trabajes para los demás, hazlo con la misma dedicación que si lo hicieras para ti mismo”) me pareció, desde el primer momento, la síntesis perfecta de lo que quería que fuera el despacho y de cómo deseaba que trabajáramos en él: asumir los asuntos de nuestros clientes con el mismo rigor, implicación y sentido de responsabilidad que si se tratara de asuntos propios.
Hace ya más de quince años que ejerzo la abogacía y, desde el inicio, he tenido —al mismo tiempo— un problema y una enorme ventaja: cada asunto, cada conflicto y cada preocupación de un cliente se convertía de forma casi automática en un problema propio. Me lo llevaba a casa cada noche, cada fin de semana, y rara vez conseguía desconectar por completo.
Nunca he sabido “abstraerme” de los asuntos que me confían. Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, entiendo que esa forma de implicarme —asumir y sentir como propios los problemas y los proyectos de los clientes— es, en realidad, una de las claves que te permite dar lo mejor de ti mismo y no cesar en el esfuerzo hasta encontrar la mejor solución posible o el resultado más favorable para el cliente.
Ese “exceso” de empatía fue también lo que, desde mis primeras prácticas en un despacho de derecho generalista, me hizo ver que no era capaz de dedicarme a determinados ámbitos del Derecho, como el Derecho de familia o el Derecho penal. Esa constatación, lejos de ser un obstáculo, me condujo a tomar una decisión determinante: cursar un máster en asesoría jurídica de empresas y especializarme en lo que podríamos denominar el Derecho de los negocios.
Y esta es, precisamente, la segunda idea que tenía meridianamente clara cuando decidí iniciar este proyecto: la necesidad de la especialización.
Por tanto, desde muy pronto fui consciente del tipo de ejercicio profesional al que quería dedicarme. Personalmente, me siento especialmente cómodo negociando operaciones, analizando y discutiendo contratos, preparando asuntos societarios, participando en reestructuraciones empresariales y, en general, interviniendo en aquello que se engloba bajo el denominado Derecho de los negocios.
Hay profesionales que dan lo mejor de sí mismos en sede judicial, defendiendo los intereses del cliente en un juicio. Otros se desenvuelven con soltura ante las Administraciones públicas. Algunos destacan por su extrema minuciosidad y sentido del detalle; otros, por su capacidad creativa a la hora de diseñar soluciones jurídicas. Cada uno de ellos encaja, sin duda, mejor en determinadas ramas o especialidades del Derecho que en otras.
Todo lo anterior enlaza con lo que, a mi juicio, es un elemento determinante para poder prestar el mejor servicio posible al cliente: la especialización, tanto en la formación como en la experiencia práctica, en un área concreta del Derecho.
Personalmente, soy un firme defensor de que, hoy en día, con la enorme profusión normativa existente en prácticamente todos los ámbitos, resulta absolutamente imposible “saber de todo”.
Por ello, considero imprescindible la especialización y contar en el despacho con profesionales que tengan conocimientos y experiencia específica en aquellas áreas en las que pretendemos prestar servicios. Igual de importante me parece algo que, en nuestra profesión, sigue siendo extraordinariamente difícil y poco habitual: saber decir que no, y recomendar al cliente a otros compañeros o profesionales cuando sabes que van a poder prestarle el servicio que realmente necesita en mejores condiciones que tú mismo o incluso que tu propio despacho.
Con esa idea de partida, el objetivo al poner en marcha ZEAL fue intentar alcanzar un equilibrio muy difícil: por un lado, disponer de los profesionales adecuados para prestar nuestros servicios con el nivel de calidad, rigor y especialización que, a mi juicio, debe poder exigir cualquier cliente; y, al mismo tiempo, hacerlo desde una forma de ejercer alejada del modelo que suele vivirse en el día a día de muchas grandes firmas nacionales e internacionales.
En ZEAL tratamos de prestar nuestros servicios desde la cercanía, el contacto personal, la empatía y la convicción de que cada problema o cada proyecto de nuestros clientes es, en realidad, un problema o un proyecto del propio despacho.
Así, con la firme voluntad de ejercer una abogacía dinámica, proactiva, especializada y cercana; de ayudar a nuestros clientes con la máxima dedicación, esfuerzo e interés; y de abordar cada asunto como si fuera propio, nace ZEAL.
Esa es nuestra forma de entender la profesión y nuestro compromiso como despacho. Esperamos que quienes confíen en nosotros compartan esta filosofía y se sientan acompañados en cada paso de su camino jurídico y empresarial.
Pedro J. Albarracín Morante.
Socio Director.



